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Ciencias y humanidades
Ciencias y humanidades

01/APR/2022
01/APR/2022

 

Pedro Meseguer

El martes 22 de marzo, el seminario semanal del IIIA albergó la conferencia «Computerizació i ètica: un debat sobre els reptes actuals», a cargo del profesor Norbert Bilbeny, catedrático de ética de la Universitat de Barcelona.

Unos días antes, cuando aterrizó en mi correo el anuncio del seminario, busqué al ponente por Google. Fue una iniciativa feliz, porque encontré sus libros y, entre ellos, a mis ojos destacaba uno titulado: «Humanidades e investigación científica». Me lancé a buscarlo. Tras visitar unas cuantas librerías, di con él. Se trata de un libro colectivo, publicado en 2015, consecuencia de un curso de verano, en el que Norbert Bilbeny y Joan Guàrdia actúan de editores. Al hojearlo descubrí que una de las contribuciones se titulaba: «Ciencias menos humanidades igual a cero», escrita por Carles Mancho. La expresión verbal de una ecuación entre ciencias y humanidades captó mi atención, y me sumergí en el texto desplegado por este profesor universitario de historia del arte.

La contribución comienza con una digresión sobre la adecuación de los espacios docentes universitarios, un tema lateral que poco a poco permite al autor ir desgranando preguntas elocuentes sobre el impacto de las humanidades en las ciencias. Copio algunas que me han parecido particularmente esclarecedoras: «¿Se puede investigar sobre quarks sin conocer el atomismo? ¿Habría existido Freud sin Klimt, Schiele, Loos, Maler, Wittgenstein, y en definitiva, la Viena de 1900? ¿Es casual que en los mismos años en que Einstein deconstruyó el universo, Picasso deconstruyera la realidad?» Prosigue con la famosa división entre ciencias y humanidades, herencia de los siglos XVIII y XIX: «Vistos desde los grandes árboles de las ciencias, los arbustos de las humanidades —y aún más sus hojas— deben de parecer mala hierba; sin embargo, sin estos, aquellos probablemente perecerían». Y, naturalmente, cae en la cuestión de la utilidad: «Si de mera utilidad se trata, el espacio más útil de una casa es el váter. […] No creo que a nadie se le ocurriera construir una casa en la que cada habitación fuera un váter…». Recala en el asunto de la auténtica validez: «Una conexión a internet no sirve de nada si no tenemos nada que buscar en la red». Para concluir que la oposición entre ciencias y humanidades, formalizada en el siglo XIX a partir del concepto studia humanitatis elaborado en el Renacimiento, no existía en el mundo antiguo ni en el medieval.

Pero volvamos al seminario. Norbert Bilbeny dio la conferencia con sus notas en un atril, sin apoyarse en transparencias. Siguió el turno de preguntas, y una la realizó Francesc Esteva*: si recuerdo bien, se interesó sobre si el estado actual de la tecnología es materia de debate y análisis en las facultades de filosofía. En su respuesta, el ponente mencionó la conferencia «Las dos culturas» de Charles Percy Snow, para concluir que el asunto esbozado en la pregunta no era una tendencia mayoritaria en la universidad española. El tema mencionado por Francesc reabre una serie de interrogantes enunciados en diversas ocasiones sobre ciencias y humanidades, sobre el enfrentamiento que se establece desde esos puntos de vista que, en la mayoría de los casos, se consideran antagónicos. Guiados por su gusto personal, o por la pertenencia a determinados grupos, investigadores de ambas áreas suelen plantear esta dualidad en términos de superioridad de una sobre otra.

Sinceramente, creo que la oposición entre ciencias y humanidades es un planteamiento común pero erróneo sobre la situación que viven ambas áreas en el esquema general del conocimiento. Las dos son necesarias porque responden a facetas diferentes de la poliédrica personalidad humana. ¿Por qué contraponer —digamos— la química cuántica con la poesía amorosa? La dos, ¿no permiten ahondar en la realidad? ¿no causan distintos motivos de disfrute? ¿Es superior la magia de la teoría de la relatividad a la música celestial de Mozart? La vasta tecnología de la mensajería instantánea vía teléfono móvil, ¿es preferible a la dolorosa belleza capturada en los cuadros de Van Gogh? En mi opinión, todas esas disciplinas encuentran su razón de ser en la profundidad de la persona, que es quien las genera y las cultiva. Puede que parezca una trivialidad, pero la frase filosófica “el hombre es la medida de todas las cosas” —atribuida al sofista griego Protágoras, que repetía Jaume Agustí*—, creo que encierra la respuesta a esa dualidad un tanto artificial entre ciencias y humanidades: las dos son necesarias y pertinentes porque responden a aspiraciones diferentes —y en buena medida complementarias— del inacabable espíritu humano, y es allí, en el fondo de la persona, donde se encuentran y anudan.

Una última palabra sobre el manido tema de la utilidad. Se afirma que las ciencias aplicadas y la tecnología son útiles a corto plazo, las ciencias puras pueden ser útiles a largo plazo —hoy, la relatividad es esencial para los GPSs de nuestros móviles; han pasado cien años desde que Einstein la creó—, y las humanidades —filología, historia del arte, filosofía— son inútiles (y, a veces, «un tostón», afirma Mancho en la contribución anterior). Es pertinente citar aquí el ensayo «La utilidad de los conocimientos inútiles»+ de Abraham Flexner, el primer director del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton++. En las dos primeras partes del texto, el autor se concentra en cómo conocimientos científicos puramente teóricos se vuelven aplicables con el paso del tiempo. En la tercera parte, ya cerca del final, escribe: «He hablado de ciencia […] pero lo que afirmo es igualmente cierto para la música, el arte y cualquier otra expresión del ilimitado espíritu humano. Ninguna de estas actividades necesita otra justificación que el simple hecho de que sean satisfactorias para el alma individual que persigue una vida más pura y elevada. Y al justificarlo sin referencia alguna, implícita o explícita, a la utilidad, justificamos las escuelas, las universidades y los institutos de investigación». Más claro que el agua.

Hasta aquí han llegado las consecuencias de ese seminario.

 

 

* Para quien no los conozca, Francesc Esteva y Jaume Agustí son dos investigadores del IIIA ya jubilados. Francesc está vinculado al IIIA “ad honorem” y asiste a los seminarios.

+ Abraham Flexner, The Usefulness of Useless Knowledge. Harper’s Magazine, octubre de 1939, 544-552.

++ Este Instituto de Investigación tuvo entre sus profesores a eminencias como Einstein, Von Neumann o Gödel.

Pedro Meseguer

El martes 22 de marzo, el seminario semanal del IIIA albergó la conferencia «Computerizació i ètica: un debat sobre els reptes actuals», a cargo del profesor Norbert Bilbeny, catedrático de ética de la Universitat de Barcelona.

Unos días antes, cuando aterrizó en mi correo el anuncio del seminario, busqué al ponente por Google. Fue una iniciativa feliz, porque encontré sus libros y, entre ellos, a mis ojos destacaba uno titulado: «Humanidades e investigación científica». Me lancé a buscarlo. Tras visitar unas cuantas librerías, di con él. Se trata de un libro colectivo, publicado en 2015, consecuencia de un curso de verano, en el que Norbert Bilbeny y Joan Guàrdia actúan de editores. Al hojearlo descubrí que una de las contribuciones se titulaba: «Ciencias menos humanidades igual a cero», escrita por Carles Mancho. La expresión verbal de una ecuación entre ciencias y humanidades captó mi atención, y me sumergí en el texto desplegado por este profesor universitario de historia del arte.

La contribución comienza con una digresión sobre la adecuación de los espacios docentes universitarios, un tema lateral que poco a poco permite al autor ir desgranando preguntas elocuentes sobre el impacto de las humanidades en las ciencias. Copio algunas que me han parecido particularmente esclarecedoras: «¿Se puede investigar sobre quarks sin conocer el atomismo? ¿Habría existido Freud sin Klimt, Schiele, Loos, Maler, Wittgenstein, y en definitiva, la Viena de 1900? ¿Es casual que en los mismos años en que Einstein deconstruyó el universo, Picasso deconstruyera la realidad?» Prosigue con la famosa división entre ciencias y humanidades, herencia de los siglos XVIII y XIX: «Vistos desde los grandes árboles de las ciencias, los arbustos de las humanidades —y aún más sus hojas— deben de parecer mala hierba; sin embargo, sin estos, aquellos probablemente perecerían». Y, naturalmente, cae en la cuestión de la utilidad: «Si de mera utilidad se trata, el espacio más útil de una casa es el váter. […] No creo que a nadie se le ocurriera construir una casa en la que cada habitación fuera un váter…». Recala en el asunto de la auténtica validez: «Una conexión a internet no sirve de nada si no tenemos nada que buscar en la red». Para concluir que la oposición entre ciencias y humanidades, formalizada en el siglo XIX a partir del concepto studia humanitatis elaborado en el Renacimiento, no existía en el mundo antiguo ni en el medieval.

Pero volvamos al seminario. Norbert Bilbeny dio la conferencia con sus notas en un atril, sin apoyarse en transparencias. Siguió el turno de preguntas, y una la realizó Francesc Esteva*: si recuerdo bien, se interesó sobre si el estado actual de la tecnología es materia de debate y análisis en las facultades de filosofía. En su respuesta, el ponente mencionó la conferencia «Las dos culturas» de Charles Percy Snow, para concluir que el asunto esbozado en la pregunta no era una tendencia mayoritaria en la universidad española. El tema mencionado por Francesc reabre una serie de interrogantes enunciados en diversas ocasiones sobre ciencias y humanidades, sobre el enfrentamiento que se establece desde esos puntos de vista que, en la mayoría de los casos, se consideran antagónicos. Guiados por su gusto personal, o por la pertenencia a determinados grupos, investigadores de ambas áreas suelen plantear esta dualidad en términos de superioridad de una sobre otra.

Sinceramente, creo que la oposición entre ciencias y humanidades es un planteamiento común pero erróneo sobre la situación que viven ambas áreas en el esquema general del conocimiento. Las dos son necesarias porque responden a facetas diferentes de la poliédrica personalidad humana. ¿Por qué contraponer —digamos— la química cuántica con la poesía amorosa? La dos, ¿no permiten ahondar en la realidad? ¿no causan distintos motivos de disfrute? ¿Es superior la magia de la teoría de la relatividad a la música celestial de Mozart? La vasta tecnología de la mensajería instantánea vía teléfono móvil, ¿es preferible a la dolorosa belleza capturada en los cuadros de Van Gogh? En mi opinión, todas esas disciplinas encuentran su razón de ser en la profundidad de la persona, que es quien las genera y las cultiva. Puede que parezca una trivialidad, pero la frase filosófica “el hombre es la medida de todas las cosas” —atribuida al sofista griego Protágoras, que repetía Jaume Agustí*—, creo que encierra la respuesta a esa dualidad un tanto artificial entre ciencias y humanidades: las dos son necesarias y pertinentes porque responden a aspiraciones diferentes —y en buena medida complementarias— del inacabable espíritu humano, y es allí, en el fondo de la persona, donde se encuentran y anudan.

Una última palabra sobre el manido tema de la utilidad. Se afirma que las ciencias aplicadas y la tecnología son útiles a corto plazo, las ciencias puras pueden ser útiles a largo plazo —hoy, la relatividad es esencial para los GPSs de nuestros móviles; han pasado cien años desde que Einstein la creó—, y las humanidades —filología, historia del arte, filosofía— son inútiles (y, a veces, «un tostón», afirma Mancho en la contribución anterior). Es pertinente citar aquí el ensayo «La utilidad de los conocimientos inútiles»+ de Abraham Flexner, el primer director del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton++. En las dos primeras partes del texto, el autor se concentra en cómo conocimientos científicos puramente teóricos se vuelven aplicables con el paso del tiempo. En la tercera parte, ya cerca del final, escribe: «He hablado de ciencia […] pero lo que afirmo es igualmente cierto para la música, el arte y cualquier otra expresión del ilimitado espíritu humano. Ninguna de estas actividades necesita otra justificación que el simple hecho de que sean satisfactorias para el alma individual que persigue una vida más pura y elevada. Y al justificarlo sin referencia alguna, implícita o explícita, a la utilidad, justificamos las escuelas, las universidades y los institutos de investigación». Más claro que el agua.

Hasta aquí han llegado las consecuencias de ese seminario.

 

 

* Para quien no los conozca, Francesc Esteva y Jaume Agustí son dos investigadores del IIIA ya jubilados. Francesc está vinculado al IIIA “ad honorem” y asiste a los seminarios.

+ Abraham Flexner, The Usefulness of Useless Knowledge. Harper’s Magazine, octubre de 1939, 544-552.

++ Este Instituto de Investigación tuvo entre sus profesores a eminencias como Einstein, Von Neumann o Gödel.

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