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Impresión 3D
Impresión 3D

02/MAY/2022
02/MAY/2022

 

Pedro Meseguer

Aldous Huxley fue uno de los grandes intelectuales del siglo XX. Nació en una familia muy culta y se educó en el prestigioso colegio Eton, aunque su vida no estuvo exenta de vaivenes. Ente las dificultades, destaca la enfermedad que le atacó en la adolescencia y le dejó prácticamente ciego durante un año y medio. Tras renunciar a sus estudios de medicina, que era su primera intención, se formó en literatura y se convirtió en escritor —una gran decisión, a la vista de sus obras—. Y fue el involuntario protagonista de la siguiente anécdota: en 1947 publicó el artículo Si mi biblioteca ardiera esta noche, título que se convirtió en profecía cuando, el 12 de mayo de 1961, un incendio devoró completamente su casa de Los Ángeles.

El autor de Un mundo feliz, su obra más nombrada —y una referencia capital en la narrativa de ciencia-ficción—, sentía un gran interés por la biología humana y las capacidades de las personas. Descendía de una familia dedicada a las ciencias de la vida: su abuelo y su padre eran biólogos; Julian, su hermano mayor, continuó esa trayectoria; en 1963, un hermanastro consiguió el Premio Nobel de Medicina. La minuciosa descripción del proceso embrionario y de condicionamiento de los niños y niñas —concebidos y nacidos in vitro en un inmenso laboratorio— que aparece en los primeros capítulos de Un mundo feliz, subraya su atracción por estos temas. Su interés por la percepción humana, despertado por sus iniciales problemas de visión y avivado en sus experiencias con sustancias psicodélicas que podían aumentar o alterar dicha percepción, apunta en la misma dirección.

Por todo eso creo que Huxley se habría sentido muy interesado por el relato Post·intimitat, la narración escrita por Carme Torras —nuestra compañera investigadora en robótica en el IRI—, que aparece en la obra colectiva Barcelona 2059 – Cuitat de Posthumans, publicada en 2021 por la editorial Mai Més. Este libro se compone de diez relatos de ciencia-ficción de nueve autores diferentes (dos relatos se continúan, escritos por la misma autora), que se anudan en un escenario común: la isla-cuidad Neo Icària, que emerge en el futuro como una plataforma flotante enfrente de la cuidad de Barcelona.

El relato Post·intimitat comienza suave, sin tropiezo, con una larga digresión de la que entresaco unas reflexiones del personaje que inicia la historia sobre las extensiones que hará posible la tecnología del futuro —esto pienso que apasionaría a Huxley—: «La tecnologia us farà uns éssers il·limitats, diuen, només restringits per la vostra imaginació, però… en tindreu? O aquesta serà la vostra limitació?...». Se trata de una mujer cultivada y madura, vecina en Neo Icària de la protagonista; el relato se anima cuando esta aparece. El ritmo aumenta con la presencia del hijo de esa narradora inicial, y su trayectoria en el mundo de la robótica del futuro —algo sobre lo que la autora es experta, por su dimensión profesional— se hace patente. Tras una estimulante conversación a tres, en donde se cita una y otra vez a Nick Bostrom[1], aparece el clímax narrativo. Y un rápido descenso, de nuevo en la voz de la narradora inicial y su tono íntimo, nos conduce de vuelta a la realidad, aparentemente tranquila pero llena de incógnitas bajo la superficie, de la comunidad de Neo Icària.

En un intento de evitar spoilers, no desvelaré las cuestiones que plantea Post·intimitat. Pero no puedo resistirme a descubrir un elemento del relato que considero extremadamente interesante: la escritora plantea un escenario en donde se ha alcanzado la impresión 3D intracorporal. La idea me parece muy novedosa y vertiginosamente atrayente, con unas consecuencias casi ilimitadas[2]. Copio las palabras de un personaje que la describe: «Si imprimir qualsevol òrgan en 3D amb material biològic ja em semblava una proesa, comta tu ara fer-ho a dins del cos…». Y eso revoluciona la modificación de órganos —ya existente en ese futuro por medios quirúrgicos— porque evita la cirugía, lo que implica un considerable menor riesgo. Ya no hace falta exponerse crudamente para conseguir un implante que extienda alguna característica corporal. En concreto, la protagonista del relato lo utiliza para aumentar su capacidad mental. Y hasta aquí puedo contar.

Volvamos a Huxley, hoy su obra ya es inmune a spoilers. Al final del artículo citado en el primer párrafo, el autor reproduce un verso de su tío-abuelo materno, Matthew Arnold —que fue un celebrado poeta en su tiempo[3]—: «¿Qué es lo que nutre mi mente, preguntas tú, en estos tiempos difíciles?». A la que Huxley replica: «Una de las respuestas a la pregunta de Arnold, curiosamente inoportuna, sigue hoy siendo la misma desde que el hombre inventó el arte de la escritura: una colección de buenos libros». A pesar de los años que apergaminan la pregunta y —en menor medida— la respuesta, todo suena rabiosamente actual.


[1] Nick Bostrom es un filósofo actual de la universidad de Oxford, que ha investigado sobre superinteligencia y transhumanismo. Es autor de la hipótesis de simulación, un argumento que aparece en la novela La anomalía de Hervé Le Tellier, premio Goncourt 2020.

[2] Mi hijo diría: «¡Me explota la cabeza!».

[3] En la familia de Huxley se enlazaban dos ramas: científicos por la línea paterna —abundaban los biólogos—, y literatos por la materna —una novelista, un poeta—. Aldous intentó estudiar medicina, acabó siendo escritor y su último libro fue un ensayo titulado Literatura y ciencia.

Pedro Meseguer

Aldous Huxley fue uno de los grandes intelectuales del siglo XX. Nació en una familia muy culta y se educó en el prestigioso colegio Eton, aunque su vida no estuvo exenta de vaivenes. Ente las dificultades, destaca la enfermedad que le atacó en la adolescencia y le dejó prácticamente ciego durante un año y medio. Tras renunciar a sus estudios de medicina, que era su primera intención, se formó en literatura y se convirtió en escritor —una gran decisión, a la vista de sus obras—. Y fue el involuntario protagonista de la siguiente anécdota: en 1947 publicó el artículo Si mi biblioteca ardiera esta noche, título que se convirtió en profecía cuando, el 12 de mayo de 1961, un incendio devoró completamente su casa de Los Ángeles.

El autor de Un mundo feliz, su obra más nombrada —y una referencia capital en la narrativa de ciencia-ficción—, sentía un gran interés por la biología humana y las capacidades de las personas. Descendía de una familia dedicada a las ciencias de la vida: su abuelo y su padre eran biólogos; Julian, su hermano mayor, continuó esa trayectoria; en 1963, un hermanastro consiguió el Premio Nobel de Medicina. La minuciosa descripción del proceso embrionario y de condicionamiento de los niños y niñas —concebidos y nacidos in vitro en un inmenso laboratorio— que aparece en los primeros capítulos de Un mundo feliz, subraya su atracción por estos temas. Su interés por la percepción humana, despertado por sus iniciales problemas de visión y avivado en sus experiencias con sustancias psicodélicas que podían aumentar o alterar dicha percepción, apunta en la misma dirección.

Por todo eso creo que Huxley se habría sentido muy interesado por el relato Post·intimitat, la narración escrita por Carme Torras —nuestra compañera investigadora en robótica en el IRI—, que aparece en la obra colectiva Barcelona 2059 – Cuitat de Posthumans, publicada en 2021 por la editorial Mai Més. Este libro se compone de diez relatos de ciencia-ficción de nueve autores diferentes (dos relatos se continúan, escritos por la misma autora), que se anudan en un escenario común: la isla-cuidad Neo Icària, que emerge en el futuro como una plataforma flotante enfrente de la cuidad de Barcelona.

El relato Post·intimitat comienza suave, sin tropiezo, con una larga digresión de la que entresaco unas reflexiones del personaje que inicia la historia sobre las extensiones que hará posible la tecnología del futuro —esto pienso que apasionaría a Huxley—: «La tecnologia us farà uns éssers il·limitats, diuen, només restringits per la vostra imaginació, però… en tindreu? O aquesta serà la vostra limitació?...». Se trata de una mujer cultivada y madura, vecina en Neo Icària de la protagonista; el relato se anima cuando esta aparece. El ritmo aumenta con la presencia del hijo de esa narradora inicial, y su trayectoria en el mundo de la robótica del futuro —algo sobre lo que la autora es experta, por su dimensión profesional— se hace patente. Tras una estimulante conversación a tres, en donde se cita una y otra vez a Nick Bostrom[1], aparece el clímax narrativo. Y un rápido descenso, de nuevo en la voz de la narradora inicial y su tono íntimo, nos conduce de vuelta a la realidad, aparentemente tranquila pero llena de incógnitas bajo la superficie, de la comunidad de Neo Icària.

En un intento de evitar spoilers, no desvelaré las cuestiones que plantea Post·intimitat. Pero no puedo resistirme a descubrir un elemento del relato que considero extremadamente interesante: la escritora plantea un escenario en donde se ha alcanzado la impresión 3D intracorporal. La idea me parece muy novedosa y vertiginosamente atrayente, con unas consecuencias casi ilimitadas[2]. Copio las palabras de un personaje que la describe: «Si imprimir qualsevol òrgan en 3D amb material biològic ja em semblava una proesa, comta tu ara fer-ho a dins del cos…». Y eso revoluciona la modificación de órganos —ya existente en ese futuro por medios quirúrgicos— porque evita la cirugía, lo que implica un considerable menor riesgo. Ya no hace falta exponerse crudamente para conseguir un implante que extienda alguna característica corporal. En concreto, la protagonista del relato lo utiliza para aumentar su capacidad mental. Y hasta aquí puedo contar.

Volvamos a Huxley, hoy su obra ya es inmune a spoilers. Al final del artículo citado en el primer párrafo, el autor reproduce un verso de su tío-abuelo materno, Matthew Arnold —que fue un celebrado poeta en su tiempo[3]—: «¿Qué es lo que nutre mi mente, preguntas tú, en estos tiempos difíciles?». A la que Huxley replica: «Una de las respuestas a la pregunta de Arnold, curiosamente inoportuna, sigue hoy siendo la misma desde que el hombre inventó el arte de la escritura: una colección de buenos libros». A pesar de los años que apergaminan la pregunta y —en menor medida— la respuesta, todo suena rabiosamente actual.


[1] Nick Bostrom es un filósofo actual de la universidad de Oxford, que ha investigado sobre superinteligencia y transhumanismo. Es autor de la hipótesis de simulación, un argumento que aparece en la novela La anomalía de Hervé Le Tellier, premio Goncourt 2020.

[2] Mi hijo diría: «¡Me explota la cabeza!».

[3] En la familia de Huxley se enlazaban dos ramas: científicos por la línea paterna —abundaban los biólogos—, y literatos por la materna —una novelista, un poeta—. Aldous intentó estudiar medicina, acabó siendo escritor y su último libro fue un ensayo titulado Literatura y ciencia.

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