Pedro Meseguer
Francia es un país peculiar. No solo por la baguette, el foie-gras o el alto consumo de vin rouge —que parece proporcionar a nuestros vecinos galos una protección cardiovascular especial— sino también por sus libros, sus premios literarios y sus editoriales.
Sobre su producción de volúmenes, las cifras cantan: en 2019, se vendieron 435 millones de ejemplares, frente a los magros 175 millones hispanos (estos datos incluyen tanto libros en papel como en formato digital). En Francia, los libros se venden por el título, el autor o la editorial. Acá, sin embargo, eso no basta y hay que adornarlos con portadas llamativas y fajas de colores vivos que lancen a los cuatro vientos las virtudes de la obra. Un ejercicio simple, pero muy revelador, consiste en comparar la edición francesa con las de acá —en castellano o catalán— del mismo libro. Por ejemplo, la novela del último premio Goncourt. La edición francesa es absolutamente sobria: título, autor y editorial, más una faja roja que anuncia el premio. Sin embargo, las traducciones castellana o catalana se presentan con un diseño de cubierta elaborado, basado en una foto que contiene múltiples reflexiones especulares y que pretende ser alusiva al contenido de la novela (mi ejemplar también llevaba faja). Y así sucede con todos los libros: lo que allí se vende por el título, aquí necesita una imagen de marketing que la haga atractiva y la acerque al cliente.
Yo compré el libro por el premio. Bueno, y porque en la contraportada se mencionaba una crisis científica, y me picó la curiosidad. Para desarrollar este aspecto necesito contar el comienzo de la trama. Copio el texto que aparece en la contraportada:
El 10 de marzo de 2021 los doscientos cuarenta y tres pasajeros de un avión procedente de París aterrizan en Nueva York después de atravesar una tormenta. Ya en tierra, cada uno sigue con su vida. Tres meses más tarde, y contra toda lógica, un avión idéntico, con los mismos pasajeros y la misma tripulación, aparece en el cielo de Nueva York. Nadie se explica este increíble fenómeno que va a desatar una crisis política, mediática y científica sin precedentes, en la que cada uno de los pasajeros podría encontrarse cara a cara con una versión distinta de sí mismo.
Las autoridades pretenden explicar este suceso insólito a la ciudadanía, y en su búsqueda recurren a la ciencia. En el capítulo Descartes 2.0 hay un baile de científicos prestigiosos, algunos de ellos candidatos al Nobel, que se afanan por producir hipótesis que puedan explicar el fenómeno. Una de ellas está relacionada con la inteligencia artificial, y un profesor de lógica de la universidad de Columbia la expone, mediante videoconferencia, al presidente de los Estados Unidos acompañado de varios miembros de su gabinete. Se basa en la idea que lanzó Nick Bostrom —un filósofo de Oxford— en 2003: la hipótesis de simulación (https://www.simulation-argument.com). El profesor de lógica se llama Arch Wesley, es un tipo alto, de pelo alborotado. Toma la palabra. Primero constata que la realidad percibida puede ser una simulación: «Nuestro cerebro…solo tiene acceso al mundo a través de los sensores que son nuestros ojos, nuestros oídos, nuestra nariz, nuestra piel…Y el cerebro reconstruye la realidad…Sería bastante fácil…simular todos los sonidos, las imágenes, el tacto y los olores tendría un coste insignificante…». Y, a continuación, formula la hipótesis de simulación: una civilización posthumana, con una enorme capacidad de cálculo, nos podría estar simulando en sus potentes ordenadores. En sus propias palabras: «Me gustaría que imaginara a unos seres superiores cuya inteligencia sea a la nuestra lo que la nuestra es a una lombriz…Imaginemos también que disponen de ordenadores tan potentes que son capaces de recrear a sus ancestros y los dejan evolucionar a su suerte…». Wesley termina su explicación con una sugerencia de evolución: «…el “pienso luego existo” del Discurso del método de Descartes ha quedado obsoleto. Debería ser más bien: “pienso, luego lo más probable es que sea un programa informático”… ¿Me sigue, presidente?»
No desvelaré la posición de los mandatarios ante esta hipótesis, que aparece hacia la mitad del libro. Decir que el autor es escritor y crítico literario, pero también es matemático. De ahí —pienso— su cercanía con las hipótesis científicas que se proponen para intentar explicar el acontecimiento extraordinario del duplicado del avión y de sus pasajeros. La novela se ha llevado el prestigioso premio Goncourt, un galardón que se concede cada año desde 1903 y que cuenta en su lista de premiados a nombres tan notables como Marcel Proust, Simone de Beauvoir o Patrick Modiano (que consiguió el Nobel de Literatura en 2014). Un menú de autores de enjundia para lectores de paladar fino.
Una última palabra sobre Gallimard, la editorial que lo publica. Más allá de ser un mero negocio de vender libros, posee un marchamo de calidad literaria consolidado por el nivel de sus publicaciones durante más de cien años. La editorial mantiene la Bibliothèque de la Pléiade, una colección especial de grandes obras. Además de una encuadernación de lujo — exterior en cuero y papel biblia—, ser publicado en la Pléiade representa una consagración indudable, y proporciona —de la mano de una simple editorial— un halo de prestigio para los escritores que la alcanzan. Y solo un pequeño grupo la han conseguido en vida.