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Unas gotas de agua sucia
Unas gotas de agua sucia

31/JAN/2024
31/JAN/2024

 

Pedro Meseguer

Hace muchos años el mundo era sencillo. Para saciar la sed bastaba que el agua fuera clara y no oliera mal. El hambre se colmaba con el pan y la carne del animal recién sacrificado. Pero el mundo se fue complicando porque aparecieron el mal de ojo, los conjuros, las jaculatorias, los hechizos. Perdió la simplicidad definitivamente con los dioses, el culto, los sacerdotes, los misterios. Y en ese contexto ocurrió lo que parecía imposible: el agua dejó de ser transparente. Este hecho tuvo una enorme repercusión, aunque su difusión por todo el globo requirió siglos. Al principio, solo era conocido por un puñado de escogidos: costaba propagar un saber que, aparentemente, contradecía a nuestros sentidos. Poco a poco, el número de conocedores creció. Y el mundo, sin llegar recobrar su simplicidad original —que era una forma de inocencia—, recuperó algo de la sencillez perdida.

            Anton van Leeuwenhoek (1632-1723) descubrió que el agua estaba habitada. Fue un pañero que llegó a ujier en el ayuntamiento de Delft (Holanda), su ciudad natal. En sus años de aprendiz de tratante de telas, conoció microscopios simples —lupas de pocos aumentos sobre un pequeño armazón— que se empleaban para contar densidades de hilo en el control de calidad de tejidos. Atraído por el prodigio óptico de ver lo minúsculo, lo convirtió en su afición. En sus ratos libres, pulía unas lentes diminutas y perfectas, capaces de alcanzar doscientos aumentos sin distorsión, que montaba en soportes metálicos. Construyó microscopios que sobrepasaban con mucho la calidad de los instrumentos ópticos de la época. Con ellos observaba todo tipo de elementos naturales: insectos, piedras, plumas… y encontraba su estructura íntima, en ocasiones muy distinta de la que se apreciaba a simple vista. Maravillado, cuando llegó a las gotas de agua sucia, descubrió un mundo bullicioso de seres diminutos que nacían, se alimentaban y morían en ese medio[1]. Observó la sangre y los glóbulos rojos. También el esperma. Y así, movido por su afición, hizo una contribución clave para el conocimiento de todo aquello que no se puede distinguir por medio de una inspección ocular. Creó innumerables microscopios[2], la mayoría simples. Nunca reveló la técnica que utilizaba para construir sus extraordinarias lentes.

            Regnier de Graaf, un médico holandés, presentó los primeros resultados de van Leeuwenhoek a la Royal Society, la reputada asociación científica británica. Esto significó el inicio de una numerosa correspondencia entre Anton van Leeuwenhoek y esa institución, de la que fue elegido miembro en 1680. También lo fue de la Academia de Ciencias de París en 1699[3]. Su fama se extendió por el continente, hasta el punto de que recibió en Delft varias visitas reales, como la reina María II de Inglaterra, el zar Pedro el Grande, o el rey Federico I de Prusia. Esas majestades miraron por sus microscopios, pero no hay noticia de que descubrieran nada.

            Aún faltarían siglos para comprobar que el agua podía actuar como vector para propagar epidemias[4]. Unos años más para que Pasteur identificara las bacterias como causa de las infecciones. Y aún más tiempo para que apareciera la idea de “agua potable”, libre de contaminantes químicos y bacteriológicos, y segura para el consumo humano. Después, la mayoría de los gobiernos se fijaron como una meta prioritaria abastecer con ella a sus poblaciones, objetivo que está cercano, aunque aún no se ha conseguido a nivel mundial[5]. Pero el paso que dio este pañero holandés fue absolutamente necesario para avanzar: permitió comprender mucho mejor la complejidad auténtica del mundo —y eliminar el ruido inútil—, lo que posibilitó que esos ulteriores beneficios pudieran suceder.

 

[1] Anton van Leeuwenhoek hizo suya la frase del pintor Rembrand (1606-1669), su compatriota y casi coetáneo (vivió unos años antes que él): “Yo encuentro rubíes y esmeraldas en un montón de estiércol”, aplicada a esas gotas de agua estancada.

[2] Se cree que fabricó más de quinientas lentes en toda su vida.

[3] Un pañero del siglo XVII con estudios elementales, miembro de la Royal Society de Londres y de la Academia de Ciencias de París, dos de las instituciones científicas más exclusivas de Europa! Sin desvalorizar este hecho, me viene a la mente el caso de Mary Anning en el siglo XIX, la descubridora de fósiles en las playas de Lyme Regis, al sur de Inglaterra. Ella, también con una instrucción deficiente, pero mujer, no logró entrar en ninguna institución científica de su tiempo, a pesar de que su valía fue públicamente reconocida.

[4] Como la famosa epidemia de cólera en Londres de 1854, propagada por una fuente pública contaminada. El celo del médico John Snow, que detectó una mayoría de casos de cólera en el entorno del pozo de Broad Street, permitió identificar el foco de la infección.

[5] En marzo de 2010, se calculaba que el 87 % de la población mundial disponía de fuentes de abastecimiento de agua potable.

Pedro Meseguer

Hace muchos años el mundo era sencillo. Para saciar la sed bastaba que el agua fuera clara y no oliera mal. El hambre se colmaba con el pan y la carne del animal recién sacrificado. Pero el mundo se fue complicando porque aparecieron el mal de ojo, los conjuros, las jaculatorias, los hechizos. Perdió la simplicidad definitivamente con los dioses, el culto, los sacerdotes, los misterios. Y en ese contexto ocurrió lo que parecía imposible: el agua dejó de ser transparente. Este hecho tuvo una enorme repercusión, aunque su difusión por todo el globo requirió siglos. Al principio, solo era conocido por un puñado de escogidos: costaba propagar un saber que, aparentemente, contradecía a nuestros sentidos. Poco a poco, el número de conocedores creció. Y el mundo, sin llegar recobrar su simplicidad original —que era una forma de inocencia—, recuperó algo de la sencillez perdida.

            Anton van Leeuwenhoek (1632-1723) descubrió que el agua estaba habitada. Fue un pañero que llegó a ujier en el ayuntamiento de Delft (Holanda), su ciudad natal. En sus años de aprendiz de tratante de telas, conoció microscopios simples —lupas de pocos aumentos sobre un pequeño armazón— que se empleaban para contar densidades de hilo en el control de calidad de tejidos. Atraído por el prodigio óptico de ver lo minúsculo, lo convirtió en su afición. En sus ratos libres, pulía unas lentes diminutas y perfectas, capaces de alcanzar doscientos aumentos sin distorsión, que montaba en soportes metálicos. Construyó microscopios que sobrepasaban con mucho la calidad de los instrumentos ópticos de la época. Con ellos observaba todo tipo de elementos naturales: insectos, piedras, plumas… y encontraba su estructura íntima, en ocasiones muy distinta de la que se apreciaba a simple vista. Maravillado, cuando llegó a las gotas de agua sucia, descubrió un mundo bullicioso de seres diminutos que nacían, se alimentaban y morían en ese medio[1]. Observó la sangre y los glóbulos rojos. También el esperma. Y así, movido por su afición, hizo una contribución clave para el conocimiento de todo aquello que no se puede distinguir por medio de una inspección ocular. Creó innumerables microscopios[2], la mayoría simples. Nunca reveló la técnica que utilizaba para construir sus extraordinarias lentes.

            Regnier de Graaf, un médico holandés, presentó los primeros resultados de van Leeuwenhoek a la Royal Society, la reputada asociación científica británica. Esto significó el inicio de una numerosa correspondencia entre Anton van Leeuwenhoek y esa institución, de la que fue elegido miembro en 1680. También lo fue de la Academia de Ciencias de París en 1699[3]. Su fama se extendió por el continente, hasta el punto de que recibió en Delft varias visitas reales, como la reina María II de Inglaterra, el zar Pedro el Grande, o el rey Federico I de Prusia. Esas majestades miraron por sus microscopios, pero no hay noticia de que descubrieran nada.

            Aún faltarían siglos para comprobar que el agua podía actuar como vector para propagar epidemias[4]. Unos años más para que Pasteur identificara las bacterias como causa de las infecciones. Y aún más tiempo para que apareciera la idea de “agua potable”, libre de contaminantes químicos y bacteriológicos, y segura para el consumo humano. Después, la mayoría de los gobiernos se fijaron como una meta prioritaria abastecer con ella a sus poblaciones, objetivo que está cercano, aunque aún no se ha conseguido a nivel mundial[5]. Pero el paso que dio este pañero holandés fue absolutamente necesario para avanzar: permitió comprender mucho mejor la complejidad auténtica del mundo —y eliminar el ruido inútil—, lo que posibilitó que esos ulteriores beneficios pudieran suceder.

 

[1] Anton van Leeuwenhoek hizo suya la frase del pintor Rembrand (1606-1669), su compatriota y casi coetáneo (vivió unos años antes que él): “Yo encuentro rubíes y esmeraldas en un montón de estiércol”, aplicada a esas gotas de agua estancada.

[2] Se cree que fabricó más de quinientas lentes en toda su vida.

[3] Un pañero del siglo XVII con estudios elementales, miembro de la Royal Society de Londres y de la Academia de Ciencias de París, dos de las instituciones científicas más exclusivas de Europa! Sin desvalorizar este hecho, me viene a la mente el caso de Mary Anning en el siglo XIX, la descubridora de fósiles en las playas de Lyme Regis, al sur de Inglaterra. Ella, también con una instrucción deficiente, pero mujer, no logró entrar en ninguna institución científica de su tiempo, a pesar de que su valía fue públicamente reconocida.

[4] Como la famosa epidemia de cólera en Londres de 1854, propagada por una fuente pública contaminada. El celo del médico John Snow, que detectó una mayoría de casos de cólera en el entorno del pozo de Broad Street, permitió identificar el foco de la infección.

[5] En marzo de 2010, se calculaba que el 87 % de la población mundial disponía de fuentes de abastecimiento de agua potable.

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