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La plaga del descubrimiento
La plaga del descubrimiento

26/MAR/2024
26/MAR/2024

 

Pedro Meseguer

Una antigua fábula china cuenta que un granjero ya maduro compró un caballo para que le ayudara en el campo. El animal era arisco y volteó a su hijo mayor, rompiéndole una pierna. Los vecinos del granjero le decían moviendo la cabeza: «qué mala suerte ha tenido tu hijo». Poco tiempo después llegaron los soldados para reclutar a los hombres jóvenes de la aldea: debían luchar en una guerra que el emperador había declarado contra un estado vecino, pero al hijo del granjero no se lo llevaron por su pierna entablillada. Cuando los soldados se fueron con su leva forzosa de jóvenes, los vecinos del granjero le decían con envidia: «qué buena suerte ha tenido tu hijo».

            Una situación similar se puede decir de Isaac Newton en el año 1665. La universidad de Cambridge, donde estudiaba en el Trinity College, cerró por una epidemia de peste. Él volvió a su casa en el campo, en la comarca de Lincolnshire, y allí sucedió —si creemos la leyenda— el episodio de la manzana: descansaba bajo ese frutal cuando una poma le cayó en la cabeza[1]. Ese hecho le despertó el interés por la gravedad, y terminó descubriendo la ley de la gravitación universal. Una plaga mortífera que propició un descubrimiento colosal[2] [3] (que, como veremos después, no fue el único en aquel periodo). La explicación del sistema solar había absorbido a astrónomos de la talla de Copérnico, Kepler o Galileo —cada uno propuso un modelo celeste que mejoraba al anterior—, pero fue Newton el que puso punto final a esa secuencia. O mejor dicho, punto y seguido, hasta que, doscientos y pico años más tarde, Einstein desarrollara su teoría de la relatividad.

            Isaac Newton nació el día de Navidad de 1642 (el año en que había muerto Galileo). No parece que tuviera una infancia feliz, ya que no conoció a su padre (había fallecido en octubre) y, cuando su madre volvió a casarse, él —un niño de tres años— pasó a vivir con sus abuelos[4]. Esa separación generó un odio contra su madre y su padrastro, germen del carácter vengativo y rencoroso que desarrollaría de adulto. Aunque en la escuela primaria no destacó, durante la adolescencia mostró una capacidad mental superior que la de los otros chicos de su edad. La posible envidia de sus pares por su altura intelectual acentuó su aislamiento en la esfera social. Comenzó a interesarse por las matemáticas, y su familia decidió enviarle a estudiar a la universidad. Como su madre solo le pagaba los gastos estrictamente necesarios, Newton tuvo que “trabajar” como criado para otro estudiante más rico y mejor posicionado. Allí tomó contacto con Isaac Barrow, el primer inquilino de la cátedra lucasiana de matemáticas[5]: fue su profesor y le guio en sus lecturas —el verdadero motor de aquel alumno superdotado—. La peste negra interrumpió sus estudios, y los años que volvió a su casa, 1665-1666, fueron extraordinariamente fértiles[6]. En ellos concibió: la ley de la gravitación universal, las bases de la mecánica clásica, la formalización del método de las fluxiones (el cálculo diferencial), la generalización del teorema del binomio y la naturaleza física de los colores. Sin embargo, guardó silencio, volvió a la universidad y terminó sus estudios. Pronto superó a su profesor Barrow; cuando este se retiró para centrarse en sus estudios de Teología, Newton le sustituyó en la cátedra. Tenía veintisiete años, hacía solo nueve que había entrado como estudiante en Cambridge.

            Desde esa posición, no tardó en ser elegido fellow de la Royal Society[7]. En sus casi treinta años como profesor, fue dando forma a toda esa batería de trabajos geniales, que culminaron en la publicación de Philosophiae naturalis principia mathematica en 1687[8]. A la vez que llevaba a cabo investigaciones en matemáticas y física, realizó muchos experimentos de alquimia. También investigó sobre óptica, tema sobre el que mantuvo una larga polémica con Christiaan Huygens[9]. En 1696 dejó la universidad para dirigir la Casa de la Moneda y en 1703 se le nombró presidente de la Royal Society, cargo que ejerció de forma dictatorial, y desde el que acosó a sus adversarios científicos, principalmente a Robert Hooke. Hacia el final de su vida se desató una controversia con Gottfried Leibniz sobre la autoría de la invención del cálculo diferencial e integral (hoy, los historiadores de la ciencia creen que ambos lo descubrieron a la vez y de forma independiente). En 1705, Newton recibió el título de sir de manos de la reina. Murió en 1727; su obra se fue difundiendo lentamente por Europa con traducciones al inglés y al francés en el siglo XVIII, aunque tuvo que esperar al XIX para que, vertida al chino, fuera conocida en el extremo oriente.

 

 

[1] La leyenda afirma que le cayó una manzana en la cabeza, otros afirman que solo vio la fruta caer del árbol, aunque hay historiadores que ponen en duda todo el episodio. Una discusión amplia aparece en https://theconversation.com/de-verdad-recibio-newton-un-manzanazo-110529

[2] Haciendo historia ficción, quizá sin aquella epidemia de peste Newton hubiera estado ocupado en sus deberes de estudiante universitario, no habría vuelto a casa y no habría fructificado su interés por la gravedad. Nunca lo sabremos. En ocasiones, la actividad académica actúa como un freno frente ideas novedosas y rompedoras. Le sucedió a Lynn Marguls con su teoría de endosimbiosis seriada, hoy ampliamente aceptada pero que se abrió paso con mucha dificultad: el artículo que la proponía fue rechazado quince veces en las revistas especializadas hasta que, finalmente, fue aceptado.

[3] En una visión alternativa, un descubrimiento sucede cuando el paradigma vigente falla y surge la idea revolucionaria que se instala como el nuevo paradigma. El proceso del descubrimiento siempre es colectivo, lo que relativiza la importancia del supuesto descubridor individual. Bajo ese punto de vista, la trascendencia de Newton queda disminuida (llevando al límite el argumento anterior, si Newton no hubiera formulado la ley de gravitación universal, otra persona lo habría hecho en aquella época). Para un análisis más detallado, ver el libro de Thomas Kuhn La estructura de las revoluciones científicas. (Agradezco a Fernando Orejas la información sobre este tema).

[4] No parece que fuera una convivencia feliz: su abuelo lo desheredó.

[5] Tras Newton, esa cátedra comenzó a gozar de gran prestigio. Entre sus titulares figuran personas de gran renombre, como Charles Babage o Stephen Hawking. También la ocupó Sir James Lighthill, el autor del informe que desencadenó el invierno de la Inteligencia Artificial.

[6] También se conocen como “anni mirabiles”.

[7] Sociedad científica británica.

[8] Como curiosidad, la impresión del libro no la pagó la Royal Society cuyas arcas estaban flojas, sino Edmund Halley —otro miembro de la RS—, que gozaba de una buena posición económica.

[9] Aunque holandés, vivió en Londres varias temporadas y fue miembro de la Royal Society.

Pedro Meseguer

Una antigua fábula china cuenta que un granjero ya maduro compró un caballo para que le ayudara en el campo. El animal era arisco y volteó a su hijo mayor, rompiéndole una pierna. Los vecinos del granjero le decían moviendo la cabeza: «qué mala suerte ha tenido tu hijo». Poco tiempo después llegaron los soldados para reclutar a los hombres jóvenes de la aldea: debían luchar en una guerra que el emperador había declarado contra un estado vecino, pero al hijo del granjero no se lo llevaron por su pierna entablillada. Cuando los soldados se fueron con su leva forzosa de jóvenes, los vecinos del granjero le decían con envidia: «qué buena suerte ha tenido tu hijo».

            Una situación similar se puede decir de Isaac Newton en el año 1665. La universidad de Cambridge, donde estudiaba en el Trinity College, cerró por una epidemia de peste. Él volvió a su casa en el campo, en la comarca de Lincolnshire, y allí sucedió —si creemos la leyenda— el episodio de la manzana: descansaba bajo ese frutal cuando una poma le cayó en la cabeza[1]. Ese hecho le despertó el interés por la gravedad, y terminó descubriendo la ley de la gravitación universal. Una plaga mortífera que propició un descubrimiento colosal[2] [3] (que, como veremos después, no fue el único en aquel periodo). La explicación del sistema solar había absorbido a astrónomos de la talla de Copérnico, Kepler o Galileo —cada uno propuso un modelo celeste que mejoraba al anterior—, pero fue Newton el que puso punto final a esa secuencia. O mejor dicho, punto y seguido, hasta que, doscientos y pico años más tarde, Einstein desarrollara su teoría de la relatividad.

            Isaac Newton nació el día de Navidad de 1642 (el año en que había muerto Galileo). No parece que tuviera una infancia feliz, ya que no conoció a su padre (había fallecido en octubre) y, cuando su madre volvió a casarse, él —un niño de tres años— pasó a vivir con sus abuelos[4]. Esa separación generó un odio contra su madre y su padrastro, germen del carácter vengativo y rencoroso que desarrollaría de adulto. Aunque en la escuela primaria no destacó, durante la adolescencia mostró una capacidad mental superior que la de los otros chicos de su edad. La posible envidia de sus pares por su altura intelectual acentuó su aislamiento en la esfera social. Comenzó a interesarse por las matemáticas, y su familia decidió enviarle a estudiar a la universidad. Como su madre solo le pagaba los gastos estrictamente necesarios, Newton tuvo que “trabajar” como criado para otro estudiante más rico y mejor posicionado. Allí tomó contacto con Isaac Barrow, el primer inquilino de la cátedra lucasiana de matemáticas[5]: fue su profesor y le guio en sus lecturas —el verdadero motor de aquel alumno superdotado—. La peste negra interrumpió sus estudios, y los años que volvió a su casa, 1665-1666, fueron extraordinariamente fértiles[6]. En ellos concibió: la ley de la gravitación universal, las bases de la mecánica clásica, la formalización del método de las fluxiones (el cálculo diferencial), la generalización del teorema del binomio y la naturaleza física de los colores. Sin embargo, guardó silencio, volvió a la universidad y terminó sus estudios. Pronto superó a su profesor Barrow; cuando este se retiró para centrarse en sus estudios de Teología, Newton le sustituyó en la cátedra. Tenía veintisiete años, hacía solo nueve que había entrado como estudiante en Cambridge.

            Desde esa posición, no tardó en ser elegido fellow de la Royal Society[7]. En sus casi treinta años como profesor, fue dando forma a toda esa batería de trabajos geniales, que culminaron en la publicación de Philosophiae naturalis principia mathematica en 1687[8]. A la vez que llevaba a cabo investigaciones en matemáticas y física, realizó muchos experimentos de alquimia. También investigó sobre óptica, tema sobre el que mantuvo una larga polémica con Christiaan Huygens[9]. En 1696 dejó la universidad para dirigir la Casa de la Moneda y en 1703 se le nombró presidente de la Royal Society, cargo que ejerció de forma dictatorial, y desde el que acosó a sus adversarios científicos, principalmente a Robert Hooke. Hacia el final de su vida se desató una controversia con Gottfried Leibniz sobre la autoría de la invención del cálculo diferencial e integral (hoy, los historiadores de la ciencia creen que ambos lo descubrieron a la vez y de forma independiente). En 1705, Newton recibió el título de sir de manos de la reina. Murió en 1727; su obra se fue difundiendo lentamente por Europa con traducciones al inglés y al francés en el siglo XVIII, aunque tuvo que esperar al XIX para que, vertida al chino, fuera conocida en el extremo oriente.

 

 

[1] La leyenda afirma que le cayó una manzana en la cabeza, otros afirman que solo vio la fruta caer del árbol, aunque hay historiadores que ponen en duda todo el episodio. Una discusión amplia aparece en https://theconversation.com/de-verdad-recibio-newton-un-manzanazo-110529

[2] Haciendo historia ficción, quizá sin aquella epidemia de peste Newton hubiera estado ocupado en sus deberes de estudiante universitario, no habría vuelto a casa y no habría fructificado su interés por la gravedad. Nunca lo sabremos. En ocasiones, la actividad académica actúa como un freno frente ideas novedosas y rompedoras. Le sucedió a Lynn Marguls con su teoría de endosimbiosis seriada, hoy ampliamente aceptada pero que se abrió paso con mucha dificultad: el artículo que la proponía fue rechazado quince veces en las revistas especializadas hasta que, finalmente, fue aceptado.

[3] En una visión alternativa, un descubrimiento sucede cuando el paradigma vigente falla y surge la idea revolucionaria que se instala como el nuevo paradigma. El proceso del descubrimiento siempre es colectivo, lo que relativiza la importancia del supuesto descubridor individual. Bajo ese punto de vista, la trascendencia de Newton queda disminuida (llevando al límite el argumento anterior, si Newton no hubiera formulado la ley de gravitación universal, otra persona lo habría hecho en aquella época). Para un análisis más detallado, ver el libro de Thomas Kuhn La estructura de las revoluciones científicas. (Agradezco a Fernando Orejas la información sobre este tema).

[4] No parece que fuera una convivencia feliz: su abuelo lo desheredó.

[5] Tras Newton, esa cátedra comenzó a gozar de gran prestigio. Entre sus titulares figuran personas de gran renombre, como Charles Babage o Stephen Hawking. También la ocupó Sir James Lighthill, el autor del informe que desencadenó el invierno de la Inteligencia Artificial.

[6] También se conocen como “anni mirabiles”.

[7] Sociedad científica británica.

[8] Como curiosidad, la impresión del libro no la pagó la Royal Society cuyas arcas estaban flojas, sino Edmund Halley —otro miembro de la RS—, que gozaba de una buena posición económica.

[9] Aunque holandés, vivió en Londres varias temporadas y fue miembro de la Royal Society.

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