Pedro Meseguer
A veces no hay más remedio que correr para salvar la vida. Es lo que hizo el poeta latino Horacio, en el siglo I a. C. En las revueltas que siguieron al asesinato de Julio César, se unió a las tropas de Bruto como tribuno militar. Luch...
Pedro Meseguer
A veces no hay más remedio que correr para salvar la vida. Es lo que hizo el poeta latino Horacio, en el siglo I a. C. En las revueltas que siguieron al asesinato de Julio César, se unió a las tropas de Bruto como tribuno militar. Luchó en la batalla de Filipos, y viéndola perdida, huyó de forma poco honorable. Cuando volvió a Roma, encontró que sus posesiones habían sido confiscadas. Fue la «… osada pobreza…» la que le empujó a escribir versos para sobrevivir. Se desempeñó tan bien en esa tarea que se convirtió en uno de los grandes poetas de la antigüedad clásica.
Su talento le permitió acuñar expresiones latinas que han devenido en conceptos bien asentados en el lenguaje culto. Suyas son beatus ille —elogio de la vida en el campo—, carpe diem —aprovecha el momento—, y sapere aude —atrévete a saber—. Esta última también fue utilizada en el siglo XVIII por el paladín de la Ilustración, Immanuel Kant, urgiendo a sus lectores a afirmar su propia razón y a pensar por sí mismos, en lugar de delegar ciegamente su postura ante distintas situaciones de la vida en el criterio de otros (normalmente figuras de autoridad). Salir de un estado de cómoda dependencia, de infancia intelectual para, siguiendo el propio criterio, superar esa incapacidad y convertirse en un adulto emancipado y completo.
Y ahora, en el siglo XXI, ha llegado a mis manos casi por casualidad un libro con un título que encaja exactamente con esta acepción. Se trata de Atrévete a saber, la traducción del original italiano Abbi il coraggio di conoscere, escrito por Rita Levi-Montalcini (1909-2012) en los últimos años de su vida. Esta investigadora, con un inmenso prestigio científico y humano, obtuvo el Premio Nobel de Medicina en 1986.
En el prólogo, la autora subraya «… la irrefrenable sed de saber» del ser humano, y establece el conocimiento como «… un bien supremo del hombre…», para rematar con una cita de La divina comedia de Dante «Para la vida animal no habéis nacido / sino para adquirir virtud y ciencia». La existencia de Levi-Montalcini muestra con qué intensidad y hondura ella sintió estas palabras. A pesar de la oposición de su padre (no quería que sus hijas estudiaran), cursó la carrera de medicina en la Universidad de Turín, sin reparar en los inconvenientes que existían en aquella época por ser mujer. Tras graduarse con la máxima nota, continuó sus estudios de especialidad a la vez que trabajaba como asistente de investigación. Las leyes raciales de Mussolini le impidieron continuar, pero ella no se amilanó. Marchó a Bruselas, donde prosiguió su formación. La Segunda Guerra Mundial le obligó a volver a Turín, donde de incógnito reanudó sus trabajos en un pequeño laboratorio que instaló en su dormitorio. Tras la guerra retornó al mundo de la investigación, y pocos años después aceptó un puesto en la Universidad de Washington en Saint Louis (Estados Unidos), en la que permanecería treinta años. Allí es donde hizo su principal descubrimiento, el factor de crecimiento nervioso (neural growth factor), la proteína que liberan las células nerviosas y que atrae el crecimiento de las ramificaciones de las neuronas vecinas. Por ese hallazgo obtendría el Premio Nobel treinta y cuatro años después.
Cuarenta capítulos cortos e independientes agotan este texto. En realidad son cuarenta temas polémicos que la autora, con valentía, presenta y desentraña. No ignora dificultades ni elude escollos. No se esconde tras palabras o expresiones altisonantes: en cada tema expone con naturalidad lo que se sabe y describe lo que se desconoce, en una combinación de rigor y aceptación, con un lenguaje preciso pero común y accesible. Mira al futuro, y marca las direcciones por las que debe transitar la implantación social de los avances científicos disponibles.
El libro se divide en tres partes. La inicial se denomina El universo cerebral, y agrupa a los primeros quince capítulos que versan sobre funciones del cerebro — la autora hace gala de sus conocimientos de neurocientífica—. Considera cuestiones de actualidad y enjundia, como la conciencia, el cerebro y las computadoras, el aprendizaje y la memoria, o la relación entre la ciencia y el arte[1]. En particular, menciona a la inteligencia artificial y a las redes neuronales, asuntos que no estaban tan presentes como ahora en la primera década del siglo XXI, cuando este libro fue escrito. La segunda parte se titula Revoluciones socioculturales, engloba los diecisiete capítulos siguientes y se centra en asuntos sociales como el racismo, el movimiento femenino, la paz, las drogas, el respeto a los animales y los problemas de nutrición en el mundo. La tercera parte se llama Sistemas de valores, contiene los últimos ocho capítulos sobre temas que afectan a los valores de la sociedad como el libre albedrío, ciencia y ética, la clonación o el control sin prohibiciones.
Más allá de tal o cual asunto, la obra respira rigor aunado con un profundo sentido de concordia social. Subraya la necesidad humana de saber y despliega un amplio abanico de temas sobre los que la ciencia ha hecho contribuciones significativas. Establece el valor del conocimiento como nutriente primordial de la persona, en el sentido de la afirmación del gran poeta latino Virgilio, contemporáneo de Horacio: «¡Feliz el que ha llegado a conocer la causa de las cosas!».
[1] La creatividad artística fue algo muy cercano para la autora; su madre y su hermana gemela fueron pintoras de talento.